El Padiglione delle Feste de las Termas de Castrocaro

El Padiglione delle Feste de las Termas de Castrocaro: una arquitectura Déco que interpreta el genius loci

Gianfranco Brunelli - Director de Grandi Mostre Fondazione Cassa dei Risparmi di Forlì

 

Un gusto, una fascinación, un lenguaje que caracterizaron la producción artística italiana y europea durante los años Veinte y Treinta. Aquello que para todos se corresponde con la definición de Art Déco fue un estilo de vida ecléctico, mundano, internacional. Este momento en el estilo debe su éxito a la búsqueda del lujo y del placer de vivir, tan intensos como efímeros, promovida por la burguesía europea tras la disolución, en la Gran Guerra, de los últimos mitos del siglo XIX y el mimetismo de la realidad industrial, con la lógica de sus procesos productivos. Veinte años desenfrenados, «locos» como se les suele llamar, de la gran burguesía internacional. Italia tuvo una influencia única en todo esto.

La relación con el estilo Liberty, que le precede cronológicamente, fue inicialmente de continuidad, después de superación, finalmente de contraposición. La diferencia entre el idealismo del Art Nouveau y el racionalismo del Déco resulta sustancial. La idea misma de modernidad, la producción industrial del objeto artístico y el concepto de belleza en lo cotidiano mutan radicalmente: con la superación de la sinuosa línea, serpenteante y asimétrica ligada a una concepción simbolista que veía en la naturaleza vegetal y animal las leyes fundamentales del universo, nace un nuevo lenguaje artístico. El empuje vitalista de las vanguardias históricas y la revolución industrial sustituyen al mito de la naturaleza, el espíritu de la máquina, las geometrías de los engranajes, las formas prismáticas de los rascacielos y las luces artificiales de la ciudad.

El Art Déco fue el estilo de las salas de cine, de las estaciones de ferrocarril, de los teatros, de los transatlánticos, de los edificios públicos, de las grandes residencias burguesas: se trató, sobre todo, de una fórmula que partía de rasgos claramente reconocibles, que influyó a diferentes niveles en toda la producción de las artes decorativas, desde la decoración hasta las cerámicas y los cristales hasta los hierros forjados, desde la orfebrería hasta los tejidos de moda en los años Veinte y principios de los años Treinta, así como en la forma de los automóviles, la cartelería publicitaria, la escultura y la pintura con función decorativa.

Las razones de este nuevo sistema expresivo y del gusto se reconocen en diferentes movimientos vanguardistas (las Secesiones mitteleuropeas o centroeuropeas, el Cubismo y el Fauvismo, el Futurismo) en los que participan diversos artistas como Picasso, Matisse, Lhote, Schad, mientras que entre los protagonistas internacionales de este estilo hay que mencionar, al menos, los nombres de Ruhlmann, Lalique, Brandt, Dupas, Cartier, así como los retratos de lo aristocrático y mundano de Tamara de Lempicka y las esculturas de Chiparus, que alimenta el mito de la bailarina Isadora Duncan. El fenómeno Déco atravesó, con una fuerza disruptiva, los años Veinte y Treinta con muebles, cerámicas, vidrios, metales trabajados, tejidos, bronces, estucos, joyas, platas y vestidos, personalizando el vigor de la alta producción artesanal y protoindustrial, y contribuyendo al nacimiento del diseño y del «Made in Italy».

La demanda de un mercado cada vez más sediento de novedades, pero al mismo tiempo nostálgico de la gran tradición del artesanado artístico italiano, hizo literalmente explotar en los años Veinte una producción extraordinaria de objetos y formas decorativas: desde las instalaciones de iluminación de Martinuzzi, de Venini y de la Fontana Arte de Pietro Chiesa, a la cerámica de Gio Ponti, Giovanni Gariboldi, Guido Andloviz, las esculturas de Adolfo Wildt, Arturo Martini y Free Andreotti, las estatuillas Lenci o a las originalísimas esculturas de Sirio Tofanari, desde las orfebrerías bizantinas de Ravasco hasta las platas de los Finzi, desde los muebles de Buzzi, Ponti, Lancia, Portaluppi a las sedas preciosas de Ravasi, Ratti y Fortuny, como los tapices en paño de Depero.

Al tratarse de un gusto y de un estilo de vida, no faltaron influencias y correspondencias con el cine, el teatro, la literatura, las revistas, la moda y la música. De Hollywood (con las Parade de Lloyd Bacon o las divas, como Greta Garbo y Marlene Dietrich o divos como Rodolfo Valentino) a las inolvidables páginas de El Gran Gatsby (1925) de Francis Scott Fitzgerald, a Agata Christie, Oscar Wilde, Gabriele D’Annunzio, Italo Svevo y Moravia. 

Italo Svevo y Moravia. La arquitectura tuvo un papel preponderante; el Déco es una categoría transversal, bien identificable en las elecciones de las soluciones decorativas, en ese conjunto de formas de imagen esencialmente gráficas que pertenecen a su iconología, como las ha definido Irene de Guttry. Una inclinación hacia la modernidad.

A principios de los años Veinte, mientras que tanto en la construcció pública, como en la privada imperaba aún la tendencia al eclecticismo historicista, como reacción a tanto extenuante desenfreno nace, por contra, una necesidad de orden que encuentra respuestas en una recuperación de lo clásico, no como nostalgia o rememoración, sino como nueva modernidad. La clasicidad proporciona un repertorio decorativo y una disciplina en las formas espaciales, capaces de dar paso a una nueva transposición lingüística.

Castrocaro, el complejo Termal, el gran hotel y, en particular, ese compendio asombroso que representa el Padiglione delle Feste e dei divertimenti, representa un valioso ejemplo de síntesis de un clima nacional más amplio que en esas fechas (1937 – 1938) volvía rápidamente hacia el monumentalismo. En su proyecto, el ingeniero Diego Corsani había concebido el Padiglione como un espacio continuo, con una intensidad de luz y color que reflejaba la exuberante naturaleza del parque circundante. Pero fue gracias a la colaboración con Tito Chini y a su refinada sensibilidad arquitectónica y decorativa que el proyecto manifestó su propia calidad innovadora. Los volúmenes simples y lineales están marcados por el uso refinado de materiales entre lo antiguo y lo moderno: la terracota, el mármol negro, el travertino, los cristales y la cerámica.

Un monumento de vida y a la vida que pudiera vibrar tanto de día y como de noche. La quietud diurna, culta y refinada de las citas decorativas, también identificables en los materiales y en las formas, a veces simplificadas y otras veces fuerte evidencia plástica, para dar forma en las líneas onduladas y en las fuentes al tema del agua. Y la vida nocturna compulsiva de los bailes, de las representaciones teatrales, del juego, de los romances.

El Padiglione delle Feste, inaugurado (aunque aún incompleto) en septiembre de 1938, en presencia del príncipe Umberto de Saboya, pero no de Tito Chini, hace también muestra de sí en su interior con la secuencia de ambientes, todos con temáticas diferentes, todos caracterizados por elementos decorativos específicos: desde el gran mosaico del atrio, a las cerámicas, las vidrieras del Salón de Fiestas, desde los frescos de las salas de lectura y de fumadores, hasta el extraordinario ciclo de la sala de juego. Todo el arte decorativo se reúne en un alegre y festivo juego.

Un patrimonio artístico que representa ciertamente una de las máximas expresiones italianas de la cultura Art Déco.

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